sábado, 7 de agosto de 2010

La niña que hacía el pino apoyada en un muro



Las Rominas con hoyuelos (aún me dan miedo los puentes; de tantas veces que fuí a buscarte)
Las Polacas de sabor a manzana
Las Mónicas y sus primos
Las Tendera de aquella frutería: sus manos y sus pechos
Las Lauras frágiles
Las niñeras y sus abrazos
Las Olgas: la pizza y las hojas de morera.
Las Sandras: la madera
Contra un muro, bocabajo, os soñaba.

Ahora sueño con mujeres almohada.



Luego estaban las otras: las ficticias, las accesibles. Quería ser niño, sólo ellos podían jugar con las reales, las de carne y hueso.



Bulma
Ariel

Rosita


Yasmine

La de las tejas verdes

Juliette




Y un largo etc.




miércoles, 28 de julio de 2010

Ocho

Ocho
(homenaje a una ciudad como Barcelona,
la cual me acogió muy bien y a tantas catalanas,
que me embriagaron con su sonido, con su catalán)

Llegaba tarde y aún estaba por
Diagonal.
Los coches eran como una marabunta de pequeñas hormiguitas
metálicas; todas
enfiladas siguiendo un mismo camino. Su teléfono no dejaba
de sonar y eso la
alteraba. -Joder, ya voy…-murmuraba a
regañadientes-Siempre adoró las noches de
la ciudad Condal.


El olor a mar le
hacía suspirar. No podía
evitarlo. Lo hacía siempre que podía; como en un
impulso por capturar algo que
nunca más tendrá. La caravana de coches
parecía ceder y pudo meterse por una
callejuela. Las calles estaban llenas
de gentes paseando; el centro estaba cerca
y se notaba la afluencia de
personas. Pasó por delante de la Universidad de
Barcelona y como siempre,
sus ojos se quedaron pegados mirando aquel edificio.
Cuando las órbitas de
sus ojos se centraron en la carretera, la vio. Frenó en
seco. Tarde. Se bajo
del coche y ahí estaba ella: tirada y con los ojos
cerrados. Se agachó hasta
ponerse en cuclillas.-Oye, ¿puedes oírme? ¿Estás bien?
Tocó su cuello con
suma delicadeza para comprobar el pulso. Respiraba y tenía
pulso. Tomo aire
y se sintió un pelín aliviada. Mientras hinchaba sus pulmones,
la joven que
yacía en el suelo se había incorporado. Se encontraba algo aturdida
y su
cuerpo se balanceaba de un lado para otro. La conductora homicida se acercó
a ella diciendo-Menos mal que estás bien. Lo siento mucho, me distraje.La
víctima cayó estrepitosamente en los brazos de la conductora. Se quedó
mirándola. No pudo evitar fijarse en su clavícula; brillaba, parecía
alumbrar
las pecas que le rodeaban. Se sintió algo mal por pensar y fijarse
en esas
cosas, dada la situación, no había sitio para tonterías. En ese
preciso
instante, los dos ojos rodeados de frondosas y negras pestañas, se
entreabrieron.


-¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
-Hola…no sé como decirlo…pero te atropellé. Te
voy a
llevar al hospital.-No, no hace falta, me encuentro bien. Sólo estoy algo
mareada.


Con sumo esfuerzo la acercó a su coche y la sentó
detrás.



-¿Seguro que
estás bien?

-Sí, tranquila. Me llamo
Estel.

-Hola Estel. Menos mal que no ha
pasado nada
grave. Mi nombre es Laia. ¿Quieres que te acerque a algún sitio?
Me siento
bastante mal y no me atrevo a dejarte sola.

-No hace falta, vivo aquí al lado.
-De todas formas, déjame acercarte.
-Vale.

Laia se puso al
volante y toma una de las calles
que le indico Estel.


-Ya casi
estamos.-Tú me avisas. No conozco muy
bien este barri.

-Es la siguiente calle. Puedes dejarme en la
esquina.

-Entendido –dijo
Laia-


Laía aparcó en doble fila, cerca de la esquina
que la
joven magullada le había indicado. Estel abrió la puerta del copiloto y
se
giro hacía Laía.


-Ten cuidado y no corras mucho, otra puede no
tener la
misma suerte.

-Sí…lo siento
mucho.

-Adeu
-Adiós.Laia se quedó mirando como Estel se perdía
en
aquella calle. Miro el retrovisor y tomo rumbo a su destino. Volvió a mirar
por el retrovisor y vio a Estel corriendo detrás del coche. Paró
estrepitosamente y se bajó del coche. -¿Qué pasa?-¡Sube, corre, no pares el
coche, te lo ruego!-Vale, valeLaía se sentó de nuevo y espero a que Estel
entrara. Arrancó lo más rápido que pudo y pisó el acelerador como si le
fuese la
vida en ello. -¿Qué te ha pasado?-Nada, había alguien esperándome
en el portal.
Alguien a quien no deseo ver.-Vale. ¿Quieres venir a cenar a
casa de unas
amigas? –dijo Laia con voz temblorosa--No sé…no quiero
estorbar.-No
estorbarás.-Vale, acepto.Subieron por Muntaner y pronto
llegaron a la Calle
Mallorca. Como había intuido Laia, no había
aparcamiento. Tuvieron que dar
varias vueltas a la manzana hasta que un auto
dejó su plaza libre. Caminaron
unos cien metros y en el número 145 de la
Calle Valencia, Laia se detuvo. Llamó
al 5º 2 D y una voz aterciopelada le
dijo que subiera.El ascensor era diminuto,
a penas las dos jóvenes entraban.
Subieron muy despacio entre quejidos del
ascensor, como si suplicase una
jubilación. Se detuvo en la quinta planta y las
dos jóvenes acercaron la
mano al picaporte del ascensor; el leve roce de sus
manos, hizo que éstas
retrocediesen impulsivamente. Hubo silencio. Ninguna daba
el paso. Esperaban
a que la otra volviese a tomar el picaporte. Estel se
adelantó y por fin,
salieron del pequeño habitáculo. La puerta del piso de Ana
estaba abierta.
Entraron por el infinito pasillo hasta el salón. Allí estaban
todas. Se
quedaron perplejas cuando vieron a Laia acompañada.-Bueno, ya llegó la
perdida –dijo entre risas Laura--No esperábamos menos de ti, Laia. Siempre
tarde. Como te haces de rogar…-apuntillo la chica que agarraba la mano de
Laura--No seáis malas –Replico la protagonista--¿Nos presentas a tu novia?
–dijo
Olga--Es una conocida fortuita. No malinterpretéis, arpías.-Ja, ja, ja
–Rieron
algunas-Eran ocho en total, contando con la acompañante de Laia.
Cenaron.
Apartaron la mesa que ocupaba un lugar central en la sala,
apartaron algunos
muebles y esparcieron por la sala algunos cojines. Marta
trajo dos botella de
Nerello mescalese y Sara repartió copas. Estel
permanecía en silencio. Laia no
la había presentado y creyó que ese era un
buen momento.-Chicas, ya sabéis cuán
informal soy. No os presenté a Estel.
Os vais a reír, seguro. La conocí esta
noche por poco le atropello. Pero es
dura. -¿Nos estás tomando el pelo? –Dijo
Olga con la tez blanca como la
cal--No.-Laia liga de forma extraña. Siempre lo
ha hecho…siempre lo hará,
Ja, ja –Dijo Elisa tratando de picarla--Cuándo la
invitaste a cenar ¿antes o
después de atropellarla con tu coche? –Dijo con voz
inocentona Pau--Después
–Contestó muy seria Laía--Ja, ja, ja –Rieron en
masa--Hola Estel, mi nombre
es Laura y esperamos que disfrutes de la velada y se
te pase el susto. ¿Has
leído algo de Susan Sontag?- Hola. Es un placer estar con
vosotras. Y sí, he
leído varios de sus libros: El amante volcán y En América.
–Contestó
Laía--Interesante el segundo. ¿No te llama la atención ‘Contra la
interpretación’?-prosiguió Laura--Sí, lo tengo pendiente. Es interesante la
crítica y el punto de vista de Sontag sobre el Arte.-Ya saltó Laura con sus
libros gafapasteros. ¡Relajaos! –Murmuró Ana-La noche fue pasando. Eran casi
las
3:00 am. Las botellas de vino estaban regadas por el suelo. Laura y Pau
estaban
algo apartadas, abrazadas, medio dormidas…Elisa hablaba
apasionadamente con
Estel. Quería hacerle un test. Laia fue a la despensa a
coger otra botella de
vino. Sara la siguió.-Oye, es muy guapa la chica que
atropellaste. ¡Vaya ojazos!
Seguro que has pensado en acostarte con
ella.JA.-Pues no…No me parece llamativa.
-Ajá…te gusta. Te conozco.-No ves a
Elisa, a ella si le gusta. Espero que no la
haga incomodar, es
heterosexual.-Pues yo no veo nada incomoda a Estel. No te
enceles que ya
eres mayorcita.-No son celos, Sara, es educación.
-Si…sí…claro.-¿Cuál cojo,
Créman o Carcavelos? -El que gustes…me da igualFueron
de nuevo al salón y se
unieron al resto. Olga y Ana habían desaparecido. Se
escuchaban algunos
ruidos que provenían de la habitación principal. Elisa seguía
hablando con
Estel, de libros, música, comida y otros temas mundanos. -La ciudad
de
Barcelona ha mejorado con los tiempos y eso de que pretende dar una imagen
que no es, me parece una absurda falacia –gritó levantándose apasionadamente
Elisa--Pues a mi me parece de lo más realista. El arrabal no sale en las
guías
turísticas. -Sea lo que sea, es una buena ciudad para vivir. Tenemos a
Gaudí.
¿Qué ciudad Española tiene un Gaudí?-Es cierto, vivimos en una ciudad
bella
–acuñó Sara--¿El servicio donde queda? Hace rato que necesito ir…Sara,
le indico
que se encontraba al final del segundo pasillo, a mano izquierda,
tercera
puerta. Estel se levantó y trató de olvidar las indicaciones. No
quería perderse
o verse en alguna situación comprometida. Laia se quedo
pensativa, mientras que
Elisa seguía hablando por los codos.-Es guapa tu
amiga. Creo que le pediré su
número de teléfono.Laia se levantó. Llevaba
toda la noche dándole vueltas a lo
sucedido con Estel, al porque de su
huída. Se dirigió al cuarto de baño y la
espero fuera. Estel salió y la miró
sorprendida. Sus ojos estaban más abiertos
de lo normal. Observaba a Laia
con sumo detenimiento. Observaba su pelo negro
alborotado y rebelde. Su
boca, se le antojaba apetitosa y sentía un fuerte
impulso de comerse esos
labios rojos y tiernos. -¿Qué te pasó antes? ¿Quién
estaba en tu
portal?-Prefiero no hablar de eso –contestó Estel-Se dirigieron a
la
terraza. Estaba plagada de macetas con plantas de todo el mundo. Estel se
acercó a una en particular y acarició su tallo, impregnándose de su olor, se
llevo la mano a su nariz. -El jazmín me resulta muy afrodisíaco. –Dijo
mirando a
Estel--Ese olor me recuerda a Granada y a unas piernas.-¿Unas
piernas? –Dijo
sorprendida Estel--Sí, dos concretamente. No era coja.Estel
se acercó a la
barandilla y contemplo las luces de la ciudad. Laia se puso
justo detrás. No la
rozaba pero faltaba poco. El aire que expulsaba Laia en
cada expiración, hacía
que los pequeños bellos rubios del cuello de Estel se
estirasen. Estel se giró y
se encontró de lleno con la boca de Laia. Estel
se acercó un poco más al
cuerpecillo de aquella que unas horas antes la
había atropellado. Las manos
fueron acelerándose. Tocaron sus cuerpos como
aquel artesano que amasa la
arcilla haciéndola estirar, comprimir…El calor
mutuo hizo que sus prendan
tocaran suelo. Salieron corriendo hacía el baño.
Laia tenía agarrada la mano de
Estel y siguieron corriendo hasta llegar al
cuarto de baño. Entraron en la
ducha. El agua de la ducha se confundía con
el mar que brotaba en forma de
pequeños riachuelos. Sus manos se abrazaron
jugando a ser. La ducha exploró
jardines, espaldas, caderas. Sus bocas
siguieron la ruta de la ducha haciendo
peajes en los mismos sitios y en
alguno más. Laia alzo la pierna derecha de su
sirena y se la llevo a su
cintura. Acople finito. Estel apretaba su cuerpo
contra el de Laia. Ansiaba
unirse a ella, sentir su sexo hinchado. Laia con su
cola de sirena irrumpió
dentro del mar de Estel. Esta mordía su labio inferior
para que no se
escapase ningún alarido que interrumpiese la invasión de Laia. Al
fin Estel
lloró sin tristeza alguna. Su cuerpo emitió tres pequeños temblores.
Laia la
miraba con más deseo pegándose a ella con más fuerza y fricción. Bailaba
rozándose para ella y la música era la respiración agitada de Estel. Era su
lija
y ella su madera por pulir. El roce era rojo como las mejillas de
Estel. Laia no
aguantó más y tomó la mano de su madera indicándole su
destino. Las manos de
Laia arañaban levemente la espalda de Estel. Hasta que
la mano de Estel se ahogo
en las profundidades de Laia. Se quedaron pegadas.
Respirando al mismo ritmo.
Laia besaba el cuello de Estel mientras le
susurraba que quería volver a
invadirla. Estel acercó la mano de Laia hasta
su bosque húmedo. Ahora, era Estel
la que bailaba al son de la respiración
de Laia. La inundación quemó la mano de
Estel. Salieron de la ducha y se
secaron una a la otra sin dejar de besarse.
Estel se acercó a Laia
introduciéndole su lengua hasta el fondo. -Voy a por algo
de vino.-Vale
–contestó Laia-Pasó un rato y Estel no volvía. Laía se puso una
toalla y fue
a buscarla a la cocina. No estaba. Fue al salón. Ya era de día. No
había
nadie en la sala. Estaba todo el mundo durmiendo el cansancio acumulado.
Se
acercó a la terraza y halló su ropa solamente.Ocho días después fue a aquella
esquina. Aparcó el coche. Y se acercó hasta el número 234 de la Calle
Albacete.
Era allí donde vivía Estel. Espero algunas horas y no apareció. Se
dirigía al
coche, cuando vio a Estel. Esta también vio a Laia. Se quedaron
mirándose a los
ojos un rato, quietas, en silencio. Estel echó a correr al
ver que Laia se
acercaba.


Durante ocho
semanas, todos los jueves de cada
semana, Laia la esperaba en el portal y
veía correr a Estel en dirección
contraria.

Tobillo




Cloé paseaba por la Alameda como cualquier
viernes
noche. La noche pintaba el cielo de un rojo anaranjado a un azul
eléctrico. La
brisa marina correteaba por su escote y hacía que sus
diminutos vellos se
tensaran. La Alameda estaba repleta de colores y olores.
Se iba acercando al
centro de la ciudad. Su nariz podía percibir el aroma a
flores y cloaca. Una
mezcla muy particular. Divisaba al fondo de la calle el
Bar “Xiqués”. No había
casi nadie. Sólo estaba Évy. La poderosa y rubia,
Évy. Siempre se le antojó
particularmente exótica. Su piel oscura
contrarrestaba con el color de sus
cabellos soleados. Generalmente detestaba
esas combinaciones, pero Évy tenía un
nosequé, algo distinto. Nada más
entrar, Évy estiro su boca y se la regaló a
Cloé. - ¿Cómo va la noche? –dijo
Évy-- Demasiado fría para ser Agosto. –contesto
Cloé-- Cierto. Vas a tomar
algo – le replicó Évy mientras se llevaba a sus
labios una copa de
Jägermeister.- No me apetece. Entre saludar. Buenas noches.
–Dijo
despidiéndose Cloé-- Hasta Luego, Cló.Prosiguió por las oscuras y
estrechas
en dirección a su hogar. En el camino se encontró con varios gatos que
asaltaban contenedores y papeleras, y alguna vieja que salía a tirar la
basura.
El cielo estalló. Una manga de agua, hizo que se escondería en una
casa semi –
derruida, para guarecerse del potente goteo. No cesaba. Le
quedaba como media
hora de camino y se impacientaba. Los relámpagos
encendían la calle unos
segundos. Las gotas de lluvia se le colaban por
todas las ranuras de su ropa
haciéndola tiritar. Escuchó algunos pasos y
asomó su cabeza viendo a una chica
que corría hacía su refugio en ruinas.
Una figura femenina, alta y esbelta se
escurrió entre las sombras.- Vaya
mierda de noche –exhaló la jóvena
desconocida-- Pues sí. Al menos
encontramos este sitio. –le contesó Cloé.Cloé
observo las piernas de la
jóvena. Reccorió con sus ojos desde sus rodillas hasta
los dedos de sus
pies. Paró en secó en su tobillo izquierdo. La desconocida se
percató de la
mirada incauta de Cloé y se echó a reir.- El suelo está muy
húmedo, vaya día
para llevar chanclas - Podemos entrar un poco más y ver si hay
alguna parte
seca. Esto parece que no cesará en un buen rato. –Dijo Cloé-- Sí,
porque
estoy helada. ¿Tienes cerillas o encendedor? - No…Bueno, sí, pero no sé
en
qué estado.- Veámos.Las dos muchachas se adentraron más en la casa. Empujaron
una enorme puerta de madera y pasaron a un extenso patio rectangular. La
casa
susurraba un pasado colonial con sus azulejos y sus cuatro columnas.
Había una
escalera de metal que subía al segundo piso. Dudaron y pasaron a
un pequeño
cuarto que se encontraba debajo de la escalera. El ruido de la
lluvia sobre la
casa, sonaba como un redoble intenso y continuo de tambores.
Encontraron varios
trozos de tela y de madera, de lo que pudo ser una viga.
Había una silla
esquelética, sin asiento. Cloé se acerco y la aplasto con su
pie. Se hizo
trizas. Junto toda la madera que encontró e intento prenderla.
La madera estaba
húmeda y les fue difícil que se encendiera. Al final,
gracias a la tela,
lograron encenderla. - Creo que me voy a quitar el
pantalón y la camiseta. Qué
cosas. Con el aguacero y el frío, no te he dicho
mi nombre. – dijo entre risas
la muchacha-- Me llamo Ilse.- Bonito nombre.
El mío es Cloé. Encantada.-
Igualmente.La luz blanquecina se adentraba por
los rincones de la casa
iluminándola. Ilse se quito la ropa y la puso cerca
de hoguera. Apartó enseres y
desperdicios y se sentó. Cloé admiraba el color
de la piel de Ilse. La luz de la
hoguera, hacía que su piel tomara un color
tenue muy sensual. Se volvió a quedar
estancada en su tobillo izquierdo.-
¿Qué miras? –Le dijo Ilse mirándola con
sombras en sus ojos-- Ehm…Tu tobillo
izquierdo.- Te gusta.- No estoy segura.-
Acércate.Se acercó y se inclinó
hasta sentarse a su lado. Ilse estiro su pierna
y la puso sobre las piernas
de Cloé. El sofá inesperado, agarró el pie de Ilse y
se quedó mirando el
lunar que decoraba la llanura de su tobillo. No pudo
contenerse y acerco su
mano rodeando la curvatura del hueso, bajaban y subían
sus dedos hasta
terminar sobre el pequeño lunar. Cloé miró la cara de Ilse. Se
quedaron
mirándose fijamente un rato. Ilse se inclinó y la beso en los labios.
Cloé
pasó su mano por la espalda de Isle y junto su cuerpo al de ella. Sus
lenguas se acariciaban suavemente, se rozaban, se escondían, dibujaban
círculos.
Los labios de Cloé se tornaron rojizos y brillantes. Los brazos de
ambas
exploraban partes haciendo dibujos abstractos en espaldas, hombros,
clavículas…Cloé se quitó la camiseta acercándose más a Ilse, hasta ocupar su
cuerpo. El peso de Cloé ejercía una leve presión entre las piernas de Ilse.
Los
golpes de lluvia sobre la casa marcaba el ritmo del cuerpo de Ilse.
Cloé, agarró
los brazos de Ilse y se los llevo hacía atrás, sobre el suelo.
Se incorporó un
poco. Devoró con su mirada el torso, los pechos, sus axilas,
la clavícula, el
cuello, la mandíbula, los ojos, los labios…de Ilse. Bajó
despacio y rozo con su
boca los labios que también brillaban. Introdució su
lengua rígida en la boca de
Ilse; la besó con pasión. El agua de sus cuerpos
comenzaba a brotar por poros y
jardines oscuros. La lluvia llegaba a todos
sitios. Cloé se movía más y más
sobre Ilse, sin soltar sus manos. Desde su
boca tomó rumbo hacía el sur. Besó
sus mejillas, saltando dulcemente hacia
su cuello, devorándolo y lamiéndolo.
Pasó su lengua por sus clavículas,
bajaba entre las dos tersas rocas. Continúo
besando sus pechos duros e
hinchados. Despacio, muy despacio. Su aliento
manchaba la piel de Ilse.
Llegó a su ombligo, lo rodeo varias veces saltando de
nuevo hacía sus
caderas. Ilse temblaba, se estiraba debajo de Cloé. Las manos de
Cloe
bajaron fugazmente hasta las piernas de Ilse. Lamió sus rodillas lentamente
hasta llegar a la llanura del lunar en el tobillo de Ilse. Lo besó despacio.
Chupo uno a uno los dedos de Ilse. Ahora desea volver al norte. Las piernas
de
Ilse se abrían a Cloé. Descansó su boca en los páramos negros de Ilse.
Buscó su
fruta roja; rodeándola, besándola, mordiéndola…Sus lengua se hizo
piedra rozando
esa fruta roja que se hinchaba cada vez más. El calor entre
sus piernas
asfixiaba a Cloé, que tuvo que alzar su cabeza para tomar aire,
para de nuevo,
décimas de segundos después, volver a enterrarse entre la
lava roja de Ilse. Su
pelvis saltaba como un saltamontes. Subió Cloé y se
encajo a Ilse. Su mirada
también era roja y brillante, deseosa. Las manos de
Ilse ataban a Cloé dejándole
un pequeño espacio para frotarse contra ella.
Las piernas de Cloé nadaban en
Ilse. Sus manos se agarraron fuerte,
encajadas, prietas, pegadas,
unidas…esperaban el suspiro. Llegaron varios
alaridos y temblores. Los gritos de
Cloé hacían que Ilse se moviera con más
energía, con más fuerza vigorosa. Ambas
nadaban juntas y se ahogaban
mutuamente. Los relámpagos pintaron de un azul
apagado el rostro de Ilse.
Cloé dejó caer todo su cuerpo sobre Ilse, mientras
besaba su cuello, pegando
su rostro más y más. Amaneció. La luz del sol
penetraba por mil y un
orificios, convirtiendo el lugar en un universo lleno
líneas amarillas.Se
vistieron en silencio. Cloé se puso de rodillas y beso el
tobillo de Ilse.
Ambas marcharon, juntas, distantes, sucias y desprendiendo
luz.

Mérode y Delphine

Mérode y Delphine
(Homenaje a las películas:
El rayo verde y En la ciudad de Sylvia)


Se despertó envuelta entre unas sábanas pesadas por el sudor de su propio cuerpo. El reloj marcaba las 4:00 a.m. En la calle aún se escuchaba un griterío de gente regresando de fiesta. Mérode ya no pudo conciliar el sueño. Se hizo de día mientras revelaba algunas fotografías que había tomado el día anterior. El día alcanzó a Mérode y ésta partió. Las calles aún andaban silenciosas. Tan sólo se escuchaban los arañazos de las escobas contra el suelo. El sol pegaba fuerte e iluminaba la piel blanquecina de Mérode. Serpenteó varias calles hasta llegar a una gran plaza. En el centro, se hallaba el Café “Rien”. Una camarera andaba colocando las mesas y las sillas. Mérode pasó dentro y al final del local se sentó. La camarera se acercó y le tomó nota. -¿Un café sólo y un zumo de limón? –Dijo la camarera- -Sí. –contestó Mérode en un tono susurrante-Al poco de marcharse la camarera, Mérode sacó de su mochila un cuaderno de anillas. Era bastante viejo y las cubiertas estaban muy desgastadas. Al abrirlo, se podía ver muchos bocetos: algunos cuellos, manos, piernas, espaldas y un busto con rostro.Las horas fueron pasando. Ya era casi mediodía. La cafetería estaba repleta de estudiantes y turistas. Mérode sacó su cámara y comenzó a sacar fotos. Al fondo había un grupo de chicas. Mérode se fijó en la curvatura del cuello de una muchacha. Fotografió la parte. A la derecha, una pareja madura tomaban café en silencio. Ambos parecían idos. La espalda de la mujer estaba semi-descubierta dejando ver una leve capa de lunares. El ojo de Mérode volvió a sentir el impulso irreverente de capturar ese espacio. Al rato, cruzó la plaza una chica con el pelo negro y ondulado. La figura le resultaba conocida a Mérode. Se levantó rápidamente tomando sus enseres y marchando a la plaza. Las calles estaban muy concurridas. La desconocida se alejaba más y más sin que Mérode perdiera de vista su silueta. Recorrieron calles sinuosas y estrechas. A veces, Mérode perdió de vista a la desconocida. Tomaba calles sin sentido alguno y volvían a llevarle hasta el paso de la desconocida. Al pasar por el boulevard Général Jacques, la desconocida se paró en una parada del Tranvía. Mérode se paró junto a ella sin mediar palabra. Miró el movimiento de su pelo azuzado por el viento. El Tranvía llegó y ambas subieron. Mérode se puso justo al lado de la desconocida y se giró hasta encontrar su mirada. Mérode la miraba fijamente como intentando recordar su cara. La desconocida aguanto un rato el ataque de miradas de Mérode. Hasta que la tensión parecía que se podía cortar en lonchas.-Perdona, ¿tienes algún problema? No dejas de mirarme tan descaradamente…-Hola –contestó la mirona Belga--¿Te conozco? –Replico aturdida la desconocida--No lo sé. ¿Te llamas Delphine?-No. Te has equivocado. Me bajo en esta parada.