domingo, 23 de octubre de 2011

Infancia: el inicio de la represión






Adoraba a sus padres/madres, pero no se trataba del mismo sentimiento; a su padre y a su madre los amaba porque formaba parte de su ser. Lo de Collins, era otra cosa. Era una muchacha sonrosada, de labios gruesos y pecho opulento, bastante voluminoso para una joven de veinte años, dueña de unos ojos llamativos, que eran muy bonitos y curiosos. Hacia dos años que Stephen veía a Collins todas las mañanas en la escalera, sin que al pasar por su lado hubiese prestado la menor atención. Hasta que de pronto, un día, cuando Stephen acababa de cumplir siete años, Collins levanto la vista y sonrió, y en aquel instante, como en una asombrosa revelación, Stephen, supo que la amaba. A partir de aquel momento, Stephen penetró en un mundo completamente nuevo que giraba sobre un eje llamado Collins. Un mundo repleto de constante y emocionantes aventuras, un mundo henchido de júbilo, de alegría, de indecible tristeza. Un lugar muy hermoso en el que revolotear como una polilla que corteja a la llama de una vela. Abría los ojos y saltaba de la cama, demasiado soñolienta todavía para recordar por qué estaba tan contenta; y entonces se materializaba el recuerdo y sabía que era porque ese día iba a ver a Collins. Comenzo a mostrarse nerviosa y no había forma de lograr que permaneciera sentada y quieta, ni siquera cuando la niñera leía en voz alta. Le gustaba mucho que le leyeran cuentos, sobre todo los de algunos libros que narraban hazañas de ciertos héroes, pero ahora esas historias espoleaban de tal modo su ambición que ansiaba protagonizarlas. Ella, Stephen, anhelaba ser Guillermo Tell, O Nelson, Aladín...En clase, no conseguía concentrarse, no estudiaba....etc. Y entonces sobrevino una gran catastrofe, pues Henry, agarró a Collins por las muñecas, la trajo hacía sí con pocos miramientos y con igual brusquedad la besó en los labios. Ofuscada, ardiendole la cara. Stephen sintió que la invadía una rabia disparatada y ciega; quiso gritar, pero le falló la voz y no pudo sino emitir un balbuceo. Sin saber cómo, garró un tiesto medio roto y lo lanzo con todas sus fuerzas contra Henry. Le alcanzó en la cara, produciéndole un corte en la mejilla del que empezó a manar un lento hijo de sangre. Aturdido, Henry se enjugaba la cara. Collins miraba muda a Stephen. Stephen dió media vuelta y echó a correr. Sólo quería correr y correr, alejarse como fuese, adonde fuese, para no velos. Corría sollozando, cubriéndose los ojos con las manos, desgarrándose el vestido en los arbustos, rompiéndose las medias en las ramas, arañándose las piernas con los obstáculos que entorpecían su huida. De pronto unos brazos vigorosos apresaron a la niña que se escondío el rostro en el pecho de su padre, y este la llevo en brazos a la casa y por el ancho pasillo la condujo hasta su estudio. Absteniéndose de hacer preguntas, la sento en sus rodillas, y al princio permaneció allí, acurrucada y muda como un animalito herido. Pero su corazón, demasiado joven para contener aquella angustia y soportar la opresión de aquella carga, acabo desahogando su peso en el hombro de su padre. Sí, sí...decía con durzula, para luego añadir, Continúa, Stephen. Y cuando ella terminó de Hablar, permaneció en silencio y unos instantes sin dejar de acariciarle el cabello, dijo: Creo que te comprendo, Stephen, dijo luego. Lo que te ha ocurrido es la peor de todas las experiencias que has vivido, pero verás como pasa y acabarás por olvidarla. Tienes que creerme Stephen. Mira, voy a tratarte como a un chico (no había modelos femeninos de lesbianas, y en la actualidad, casi dos siglos después de esta novela, sigue sin haberlos.) y ya sabes que los chicos siempre son valerosos, recuérdalo bien. No voy a fingir que te creo cobarde; sería absurdo, porque de sobra sé que eres muy valiente.



El pozo de la Soledad, 1928 pag 44-48

En mi caso, nunca tuve a nadie en casa para poder confiar y que me pudiese entender. Y cuando apareció mi primer apoyo, era demasiado tarde. Pensaba que era un mounstruo. Un algo raro. Porque nadie me dijo: Tranquila, eres valiente, y lo que te pasa....es tan sólo que eres lesbiana, y cuando seas grande, lo entenderás. Nadie me Calmo. Nadie me dió la información necesaria: sin tópicos. Y es cuando me cansé, y empecé a romper: a pelearme con los niños de mi clase, a huir de las niñas de mi clase, y como era un mounstruo a forzarme a mí misma y ser heterosexual. Sólo recibí castigos, y más castigos. Hace poco, me gustó alguien, y por una inercia infantil, hice casí lo mismo, y me arrodillé en una biblioteca, me postré, delante de un tío que podía ser perfectamente la pareja de la chica que me gustaba. Nada cambia. Y espero, que este pequeño relato, a ti sí te sirva. Desea y ama a todas las mujeres con las que te cruces, porque eres lesbiana o bisexual, y te podrán gustarán todas las mujeres (sin etiquetas)

A Olga.

A la madre de Olga.

A mi primera Educadora.

A mi tía Francisca.
A mi vecino Jonathan.
Al primer gay, Jose María.
A Ampgil de Catalunya.

(Madrid, 1984-1997)

No hay comentarios:

Publicar un comentario