Gracias por reirte de mis juegos infatiles con las chicas.
Gracias a todas ellas por rechazarme
Gracias a todos ellos por tener más recursos, menos preocupaciones y mejores resultados en todos los aspectos.
Gracias a las viejas monjas por sacar de mi lo peor y esconder en el fondo de mi esencia: lo que soy y amo. Y que he entregado a las mujeres que he elegido y cuando me ha dado la real gana.
Gracias a todas esas personas que trataron de ponerme buena nota en según que asignaturas con la intención de evangelizarme.
Gracias a los que llamaron mentira a la única opción que tuve.
Gracias a todos y todas los que me culparon y rechazaron.
Puedo susurrar o gritar a los cuatro vientos: Me siento orgullosa de todo lo que hice, lo que pude hacer, absolutamente todo.
A nadie le hable de Olga, ni de mi 1º microscopio o los trenes. Logre alejarlo de todo, incluso de mí. Ese es el camino: La distancia.
Dedicado a mi renovada curiosidad (y superviviente a una educación católica) o ganas, de meterme debajo de las faldas de alguna mujer. Porque hay días, o más bien segundos en los que logro sentirme tal cual soy, completa con todo lo que soy y algo, parece que quiera moverse, crecer, desarrollarse. En fin, vivir.
Hoy, todo esto no se despega de mí. No permite continuar.
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